Hoy no podemos quedarnos calladas. No debemos quedarnos calladas nunca. Porque cada silencio es una herida que no cicatriza, una oportunidad perdida, un grito ahogado en el eco de la indiferencia. La violencia de género no es una realidad lejana, ni una estadística fría, ni un titular que vemos de reojo. Es una sombra que camina con nosotros: en nuestras calles, en nuestras casas, entre quienes conocemos, entre quienes amamos. Es aquí. Es ahora.

Es fácil perderse entre cifras, pero los números jamás podrán explicar el vacío de una vida arrebatada. Detrás de cada estadística hay un nombre, una historia, una mujer con sueños, con risas, con un futuro que alguien decidió borrar. 

Como aquella mujer cuya ausencia aún pesa en su barrio, donde todos la recuerdan cuidando el pequeño jardín frente a su casa. Nadie imaginó que sus días terminarían por las manos de quien decía amarla. La calle donde vivía sigue siendo la misma, pero ahora se siente más fría, más callada, como si la vida que irradiaba se hubiese apagado con ella.

Es incómodo enfrentarlo, y tal vez por eso optamos por ignorarlo. Pero mirar hacia otro lado es permitir que esta realidad persista. Reconocer la violencia de género es reconocer que, de algún modo, como sociedad, hemos permitido que florezca.

Esto no es una cuestión de ideologías ni de colores políticos. Es una cuestión de humanidad. La violencia de género es una realidad tan arraigada que duele. Y eso es, precisamente, el problema: nos hemos acostumbrado. Nos hemos acostumbrado a caminar rápido al pasar por esa calle oscura, a justificar lo injustificable, a aceptar lo intolerable. Nos hemos acostumbrado a callar, a mirar hacia otro lado, a cargar con un peso que nunca debió ser nuestro.

Pero ya basta. Mañana, cuando alguien pregunte: "¿Por qué tanto ruido?", la respuesta será clara. Porque mientras haya mujeres que teman caminar solas, hay que gritar. Porque mientras una mujer no pueda alzar la voz sin temor, hay que gritar. Porque mientras sigan existiendo comentarios como "algo habrá hecho" o "no es para tanto", nuestra respuesta debe ser un grito más fuerte. Un grito que rompa la apatía, que sacuda conciencias, que construya esperanza.

Hablar de violencia de género no es cómodo. Y no debería serlo. Porque la violencia no comienza con un golpe. Empieza mucho antes: con ese comentario que ignoramos, con esa broma que festejamos, con esa desigualdad que aceptamos sin cuestionar. La violencia comienza en lo que toleramos, en lo que permitimos. Y si queremos que termine, debemos empezar a confrontarla ahí, en sus raíces.

Hoy, alzamos la voz por quienes han sido silenciadas para siempre. Por esas mujeres cuyas historias fueron truncadas, por quienes cargan con cicatrices que nunca deberían haber existido. Pero también hablamos por quienes, cada día, desafían el miedo con una fuerza que no debería ser necesaria. Porque nadie debería ser valiente para existir. Nadie debería vivir bajo la sombra del temor.

Dar visibilidad no es un gesto simbólico. Es un acto de resistencia. Hablar, educar, compartir, es romper el ciclo. Es señalar, alto y claro, que esto no está bien, que nunca lo estuvo y que nunca lo estará. Porque lo más peligroso no es la violencia, es la indiferencia. Y la indiferencia no puede tener cabida en nuestra sociedad.

El cambio no llega solo con leyes, ni con campañas, ni con discursos. El cambio empieza en nosotros: en cómo educamos, en cómo hablamos, en cómo actuamos. Empieza con cada conversación, con cada decisión, con cada "esto no está bien". Cambia cuando dejamos de ser espectadores y nos convertimos en agentes de transformación.

Hoy no solo decimos "basta". Hoy nos comprometemos a ser parte activa de la solución. A no callar, a no mirar hacia otro lado, a no permitir ni una más. Porque la violencia de género no define quiénes somos. Pero nuestra respuesta ante ella, sí lo hace.

Forat Engineering somos personas. Personas que hoy dicen "basta". Que luchan. Que creen y sueñan con un futuro donde ya no sea necesario un 25 de noviembre. Donde la violencia de género sea, por fin, parte de un pasado que nunca olvidaremos, pero que jamás volveremos a permitir.

Hoy, levantamos la voz. Por todas. Por cada una. Porque el cambio empieza aquí, y empieza ahora.